Amaneceres y ocasos la
arrastraron a la playa, lugar que la vió nacer. Se tendía en medio de la arena
y jugaba con las olas coquetas llenas de espuma, mientras las nubes le sonreían
y los caracoles posaban para adornar la vista. Así pasó mucho tiempo, hasta que
un día paró de jugar, de sonreír, de vivir.
Se tendía por igual sobre la
arena, sin embargo las olas no se acercaban y los caracoles se escondían. Iba diariamente
al mismo lugar, esperando que todo volviera a ser como antes, pero cómo podía serlo
si ni siquiera ella era la misma, la decepción la había consumido. Lucía había sido
defraudada por su mejor amiga, quien reveló su secreto y con ello puso fin a su
amistad. Un minuto fue capaz de acabar con once años de amistad.
Lucía no se parecía a los demás
en muchas cosas, pero había una en particular de la cual solo Amanda sabía y no
supo contenerlo, el morbo se apoderó de ella y la hizo hablar. No comprendía
por qué Lucía era diferente, por qué
le gustaban cosas diferentes, por qué pensaba diferente…
Su secreto se siguió divulgando
por toda la comunidad y rápidamente muchos comenzaron a verla de manera
aprensiva, como si fuera una extraterrestre. Unos pocos se sintieron
identificados y le dieron su apoyo y quisieron brindar su amistad, a ellos también
los trataban como si no pertenecieran al mundo. Pero la tristeza de Lucía tras
la traición de Amanda sobrepasaba cualquier otra cosa, cualquier halago,
cualquier insulto.
La playa siguió siendo su lugar
de refugio, ahí se sentaba largas horas a mirar el vaivén de las olas, a
contemplar las nubes apuradas que recorrían el cielo con cierta prisa y a
respirar el salitre que alguna vez se convirtió en su aliento, allí con una mezcla de arena y sal enterró todas sus penas…