viernes, 27 de enero de 2012

Sebastián...

Estaba muy oscuro, como era de costumbre todas las noches. Salí de la habitación a buscar un vaso con agua a la cocina y decidí pasar por el cuarto del niño a revisar que todo estuviera bien y ahí fue cuando me di cuenta de que él no estaba en la cuna. Salí despavorida a buscar por todos los rincones de la casa, sin embargo no vi a mi pequeño Sebastián.

La angustia y el temor se apoderaron de mí rápidamente, avisé a mis abuelos lo sucedido, ya que ellos eran los que vivían más cerca de mí de la familia. Luego, llamé al 911 aún recuerdo la voz del operador ‘‘911, ¿cuál es su emergencia?’’, ni siquiera me salía la voz. A los pocos minutos llegaron mis abuelos junto con la policía y comenzaron a interrogarnos. Nos preguntaban cosas acerca de qué había pasado en el día, nuestra rutina y las personas que frecuentábamos; no entendía en qué los ayudaría eso y menos por qué perdían el tiempo con nosotros cuando podían estar fuera buscando a mi bebé. El tiempo seguía corriendo y con cada segundo que pasaba el miedo se acrecentaba. Mi Sebas estaba en algún lugar extraño, asustado y yo no estaba ahí para calmarlo.

Pasaron unas horas y dejaron ir a mis abuelos porque sus coartadas coincidían y entendían que no era necesario tenerlos allá por más tiempo. Alejandro (el jefe de la investigación) me preguntó si Mario (un amigo de la familia) había estado en la casa en esos días. Le expliqué que no veía a Mario desde el entierro de la madre de Sebastián (hacía unos tres meses). A partir de ahí, comenzaron las investigaciones sobre la vida de él y nada parecía indicar que fuera el secuestrador, salvo que ese día se había ausentado en el trabajo, no contestaba el celular y no estaba en su casa.

Me decidí a ir a buscarlo yo misma y averiguar si era él quien tenía a mi pequeño o si sabía algo de su paradero, sin importar las consecuencias. Mario tenía una casa en la playa y pocos sabían de su existencia porque estaba en un lugar bastante remoto. Así que tomé el arma de mi abuelo y escondida de los policías me dirigí hasta allí.

Cuando estaba cerca de la casa pude visualizar su jeep y una silueta. Dejé el carro un poco alejado y caminé con cautela. Ya había estado ahí antes, así que conocía bien el terreno. Pude entrar a la casa sin ser vista, pero allí no había nadie; y justo cuando iba a darme la vuelta recordé que habían construido un pequeño gazebo más cerca al mar. Me asomé por una ventana y vi a mi Sebas. Salí corriendo a buscarlo olvidando todo lo demás, llegué hasta él y lo abracé fuertemente. Luego, me di cuenta de que mis abuelos se encontraban ahí, estaban atados y parecía que los habían drogado. Los desaté y les dije que salieran de allí y se llevaran al niño con ellos cuanto antes, justo en ese momento apareció Mario, tenía un cuchillo en la mano y me miraba amenazante.

Sin pensarlo dos veces saqué el arma y le disparé al brazo en el que portaba el cuchillo. El se tiró al suelo gritando de dolor. Procedí a apuntarle de nuevo y tomar el arma blanca que él tenía, se la pasé a mi abuelo y le ordené que sacara a mi abuela y al niño de ahí. Mario intentó abalanzarse sobre mí y por ello recibió otro disparo, esta vez en la pierna.

Lo senté en una de las sillas y lo amarré con fuerza dejando que apenas circulara la sangre. Pregunté cuál había sido el motivo del secuestro y me respondió que desde la muerte de la madre de Sebastián yo había cambiado, que ese bebé se había convertido en mi mundo y me absorbía por completo, y por eso él había decidido deshacerse del pequeño de alguna forma, y a mis abuelos los había raptado porque lo encontraron en medio del proceso. La ira se apoderó de mí y un tercer disparo se escuchó, logrando el descontrol de los esfínteres de Mario; lo golpeé varias veces en el rostro y metí mis dedos dentro de sus heridas para mostrarle así algo de lo que sufrí en el tiempo en el que no supe de mi niño.

Pasada una hora llegó Alejandro con todo su equipo a tomar el control de la situación. Yo no quería ceder, sólo deseaba acabar con la vida de ese miserable. Él se mostraba arrepentido (por supuesto yo no le creí ni una palabra), decidieron desatarlo y en un intento desesperado Mario quiso agredir a un oficial, esa fue la excusa perfecta para yo dar el disparo final y terminar con esa pesadilla. Ya había caído la noche e igual que la anterior era muy oscura, pero era diferente, en esta se respiraba el triunfo.

Luego de terminar todo el proceso de dar declaraciones con los policías, Alejandro me llevó a casa. Me di un baño caliente y me preparé para acostar al niño, lo llevé a mi cuarto y lo acosté en la cama, le canté canciones hasta que se quedó dormido. Tomé el arma de mi abuelo, colocándola en la mesita de noche y sentada en la mecedora con la luz tenue de la lámpara me dispuse a esperar el amanecer…