domingo, 23 de marzo de 2014

Efímera perfección

Te levantabas todos los días a las 5:00am para verla pasar. La mirabas desde tu balcón y deseabas tenerla cerca, cada vez más tu anhelo se volvía una necesidad. Ella paseaba a su perro imaginario, le daba tres vueltas a la manzana y eso era suficiente para sobrevivir al día que tendría. Su pelo encaracolado brillaba como el sol y movía al compás de las olas del mar.

En su segunda vuelta, cuando ya el sudor recorría su cuerpo como el rocío, te unías a ella en su andar, le preguntabas cómo se encontraba y aguantabas las ganas de volarle encima. Su vida parecía perfecta, tan perfecta que habías comenzado a dudar que fuera real.

Tus días se tornaron de un nuevo color la mañana en que te invitó a tomar un café; tu odiabas el café y su aroma a despertar instantáneo, sin embargo no podías perder la oportunidad de entrar en su mundo, de comprobar si era cierto todo lo que decía.

Su casa parecía de cuento, llena de hermosos colores perfectamente combinados, adornos y muebles de ensueño que te transportaban a un lugar de fantasía. Te molestaba, tu incomodidad se hacía sentir.

Llegó ella con las dos tazas, sirvió tres cucharaditas de azúcar parda en cada una y las mezcló dulcemente. Te diste los tragos más amargos de tu vida esa mañana. La mirabas fijamente, mas no le prestabas atención, tu mente tenía un solo objetivo en ese momento.

Luego de un rato de charla sin sentido, ella te hizo saber que tenía más compromisos que cumplir durante el día y que debías marcharte, esta frase detonó tu ansiedad y te hizo cogerla con ambas manos por el cuello, en sus ojos se veía claramente como la perfección desvanecía, como los días se apagaban, como las flores morían. Su brillo se extinguió en tus manos culpables.

Comenzaste a frotarte las manos nerviosamente una y otra vez al ver su cuerpo tumbado en medio de la sala. Lavaste tus manos setenta y ocho veces y la taza de café unas ciento cuatro; no podías dejar que nadie supiera, que nadie viera, que ni siquiera sospecharan.


Te viste en el espejo de la pared de enfrente, tus ojos gritaron auxilio y una lágrima cayó pidiendo socorro. Miraste a Sofía por última vez y tus manos culpables lo hicieron otra vez, se llevaron otro brillo, otra luz, otros días se apagaron, otra flor se marchitó…


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