Te levantabas todos los días a las 5:00am para verla pasar. La
mirabas desde tu balcón y deseabas tenerla cerca, cada vez más tu anhelo se
volvía una necesidad. Ella paseaba a su perro imaginario, le daba tres vueltas
a la manzana y eso era suficiente para sobrevivir al día que tendría. Su pelo
encaracolado brillaba como el sol y movía al compás de las olas del mar.
En su segunda vuelta, cuando ya el sudor recorría su cuerpo
como el rocío, te unías a ella en su andar, le preguntabas cómo se encontraba y
aguantabas las ganas de volarle encima. Su vida parecía perfecta, tan perfecta
que habías comenzado a dudar que fuera real.
Tus días se tornaron de un nuevo color la mañana en que te
invitó a tomar un café; tu odiabas el café y su aroma a despertar instantáneo,
sin embargo no podías perder la oportunidad de entrar en su mundo, de comprobar
si era cierto todo lo que decía.
Su casa parecía de cuento, llena de hermosos colores
perfectamente combinados, adornos y muebles de ensueño que te transportaban a
un lugar de fantasía. Te molestaba, tu incomodidad se hacía sentir.
Llegó ella con las dos tazas, sirvió tres cucharaditas de
azúcar parda en cada una y las mezcló dulcemente. Te diste los tragos más
amargos de tu vida esa mañana. La mirabas fijamente, mas no le prestabas
atención, tu mente tenía un solo objetivo en ese momento.
Luego de un rato de charla sin sentido, ella te hizo saber
que tenía más compromisos que cumplir durante el día y que debías marcharte,
esta frase detonó tu ansiedad y te hizo cogerla con ambas manos por el cuello,
en sus ojos se veía claramente como la perfección desvanecía, como los días se
apagaban, como las flores morían. Su brillo se extinguió en tus manos
culpables.
Comenzaste a frotarte las manos nerviosamente una y otra vez
al ver su cuerpo tumbado en medio de la sala. Lavaste tus manos setenta y ocho
veces y la taza de café unas ciento cuatro; no podías dejar que nadie supiera,
que nadie viera, que ni siquiera sospecharan.
Te viste en el espejo de la pared de enfrente, tus ojos
gritaron auxilio y una lágrima cayó pidiendo socorro. Miraste a Sofía por
última vez y tus manos culpables lo hicieron otra vez, se llevaron otro brillo,
otra luz, otros días se apagaron, otra flor se marchitó…
Wooow ¿tú lo escribiste? Felicidades
ResponderEliminarsí, muchas gracias!! :)
ResponderEliminarWao Laura... pero me has sorprendido... te juro que nunca iba a predecir el final de la historia... perfecto.
ResponderEliminarMuchísimas gracias!
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