Las
cálidas olas del mar fueron las que arreglaron nuestro encuentro. Un día de
agosto cuando el agua a penas rozaba nuestros cuerpos, nos tropezamos
agradablemente. Tu tan galante pediste disculpas por tu descuido, pero
agradecías a la luna por tan grata oportunidad, por tan hermosa coincidencia.
Tu
pelo negro como el azabache y largo como mis días sin ti, ondeaba libremente
con el viento. Tus ojos color miel deslumbraban belleza y seguridad, fiereza y
ternura. Tus labios capaces de embriagar de amor a cualquiera que los tocara,
podían también llenar del más dulce y letal veneno al corazón que se le
acercase. Tu picardía y sinceridad hacían el dúo perfecto, contagiando de
pensamientos impuros a los ángeles y demonios que vivían en mí.
No nos
resistimos y con notable pasión procedimos a unir cada partícula de nuestros
cuerpos de una forma tan pura y bestial, tan salvaje y tierna que todos los seres
del universo sintieron envidia en ese momento. Dejamos salir nuestro instinto
animal y fuimos uno con la naturaleza.
El
mar seguía ahí, haciendo eco de nuestra unión, tapando con su oleaje nuestra
desnudez de alma, nos dejamos arrastrar por la locura, quedamos tumbados en la
arena y respiramos el salado aroma del amor. Me mirabas con deseo, pero en tus
ojos se veía un dejo de culpa. Aún cuando tus ganas de estar conmigo eran más
que evidentes, tus manos gritaban que debías marcharte.
Diste
las gracias por haber conocido por fin a alguien capaz de amar sin
restricciones, sin condiciones, sin prejuicios, sin medida y te fuiste dejando
atrás al ser desalmado que una vez pudiste ser; comprendiendo que el amor es
capaz de nacer en un segundo y que así mismo puede morir en dos.
Me
quedé observando el atardecer bañado en sueños, viendo surgir nuevas olas que
traían nuevos amores, nuevas ilusiones, mas éstas no me tocaban, no llegaban ni
siquiera cerca. Te habías llevado mi ola antes de irte, y con ella el sabor de
lo que sería amar a alguien más. No conocería lo que significaba besar otros
labios y morir en un éxtasis de cariño y pasión. No sabría lo que era
entregarme a alguien sin esperar nada a cambio. No sabría estar con nadie sin
pensar en ti.
Esperanzada
volví incontables veces al mar, esperando que aunque fuera por compasión un día
regresaras mi ola y me dejaras amar otra vez, amar a alguien que si habría de
corresponderme y no momentáneamente, sin embargo con el pasar del tiempo el
agua de la vida solo acabó con mi sed de amar.