Una mirada triste congeló mi
respirar una mañana de otoño. Mientras las hojas danzaban libres en el viento,
ella despedía los recuerdos de un amor marchito. Lucía triste, como si su alma
se deslizara en cada lágrima que recorría su rostro; miraba al horizonte como
si tuviera nombre y apellido y le susurraba palabras sin sentido. Las nubes
cubrieron el cielo por completo y luego
de unas horas de penumbra, pequeños pedazos de cielo comenzaron a caer por todas
partes humedeciendo a María, quien permanecía inmóvil en un banco, aún mirando
al más allá como quien espera a ser rescatado. Es difícil descifrar qué pasaba
por su mente, su cara hablaba de una gran lucha interna y en sus ojos se veía
dolor, un dolor como el que pocos conocen, profundo y constante, eterno…
Giró la cabeza hacia un enorme árbol de
Tule y caminó hacia allá, se acercó al tronco donde estaban plasmadas las
iniciales “M & C”. Quiso recordar tiempos pasados al tocar con delicadeza
la corteza del árbol y por ello más pedazos de su alma salieron corriendo hacia
el césped en silencio. Agarró fuertemente algo que había caído junto a su alma
y dejó salir un largo sollozo acompañado de memorias. Miró fijamente su diminuto frasco de cristal, lo
destapó y el aroma a libertad corrió por sus venas, dos píldoras del ayer
fueron más que suficientes para despedir su enamoramiento. Su tristeza abandonó el universo al tiempo en que lo hizo su
ser…