Al caer la tarde de aquella primavera todo cambió, el frío arropó los campos y el silencio invadió los rincones. Las hojas que antes danzaban con el aire permanecían inmóviles, las gotas de lluvia que jugaban en las ramas de los árboles caían directamente en el suelo, retumbando en la tristeza del ambiente, los pajaritos que con su canto endulzaban a quien escuchara permanecían silentes. Ahí yacía ella, estática, mojada con el rocío de amores marchitos, de sueños incumplidos, de esperanzas rotas.
Con los ojos abiertos que denotaban que su alma había escapado hacía días. Tan helada como el corazón del que susurra un "te amo" sin sentirlo, tan ausente como la alegría al llegar el lunes luego de haber gastado los ahorros, tan insignificante que ni los gusanos notaron su existencia. Ahí estaba ella, tendida en el olvido de aquel parque extinguiendo cada recuerdo, cada memoria, cada esfuerzo, cada respiro. Allí en medio del bullicio emergido del silencio ella se desvaneció...