A veces las píldoras no son suficientes para borrar las cicatrices de la vida, los momentos amargos, nuestro pasado y todos los errores cometidos. Recuerdo perfectamente mi niñez y juventud; cuando corría por allí sin darle demasiada importancia a las cosas y cuando la inocencia recorría todo mi cuerpo y relucía a flor de piel; esto fue así hasta el día en que ella apareció y se robó mi paz.
La conocí cuando tenía apenas seis años y nos hicimos excelentes amigas, el tiempo continuó transcurriendo y con el paso de los años nos hicimos más cercanas. Cuando cumplí los trece años quiso darme un obsequio inolvidable (vaya que lo fue).
Me llevó a su habitación a escondidas y cerró la puerta con llave. Procedió a mirarme de forma extraña y dijo que me enseñaría algo que sólo los ‘‘grandes’’ hacían, debía de hacer lo que ella me pidiera y me hizo jurar que no le comentaría a nadie. Se acercó y me tocó los senos, luego abrió mi camisa y después me la quitó, (parecía fascinada y excitada con esto) yo estaba petrificada.
Después de varios minutos tocándome, se acercó un poco más y adentró su mano en mi falda, a lo que reaccioné bastante incómoda y alterada. Ella dijo que al ser mi primera vez era algo normal, pero que después de poco la molestia pasaría (cosa que no ocurrió). Volvió a introducir su mano en mi falda y dijo que mientras más doloroso fuera, mayor sería la satisfacción al final de todo y pasados unos quince minutos ella se fue.
Me quedé paralizada intentando despertar de la peor de las pesadillas, pero no pude. Las lágrimas no se hicieron esperar, salí corriendo a casa y no le dirigí la palabra a nadie. Las siguientes diez semanas no fui más que un cuerpo desalmado vagando por ahí. Jessica se había robado mi inocencia, mi alegría, mi dignidad; iba todos los días a mi casa buscando satisfacerse y con ello destruirme aún más. No podía hablarle a nadie, acercarme a nadie ni estar con nadie por miedo a que quisieran enseñarme a ser ‘‘grande’’ al igual que ella.
Mis padres no entendían que me pasaba, mis notas en la escuela habían decaído, ya no salía a jugar, me la pasaba encerrada en mi habitación todo el tiempo y por ello decidieron llevarme a donde un psicoanalista con el que fingí total normalidad. Opté desde ese día por no dejar saber a nadie lo que me ocurría, verían sólo lo que yo les dejara ver aunque eso estuviera totalmente divorciado de la realidad.
Mi vida comenzó a carecer de sentido y estaba tan pendiente de actuar que me olvidaba por completo de sentir, la muralla que había creado ya era demasiado grande, no sabía quién era ni que rumbo tomaba mi vida. Veía los días pasar, a los amigos ir y venir, a las personas envejecer y yo seguía siendo la misma persona desalmada a la que no le importaba nada, así pasaron unos tres años de mi vida.
Fausto (mi psicoanalista) decía que yo estaba bien, sin embargo sentía que algo faltaba, no era posible tanta “estabilidad emocional” sin ningún tipo de reflejo, no era posible que fuera feliz y que mis labios no fueran capaces de esbozar una sonrisa real. Él continuaba escudriñando cada rincón de mi vida esperando encontrar un cabo suelto (y lo hizo). El día en el que mencionó a Jessica no pude evitar que mis manos comenzaran a sudar descontroladamente y que mi rostro se distorsionara un poco. Le expliqué en medio de llantos todo lo ocurrido durante casi cuatro años de mi vida y las consecuencias que esto había tenido en mi y mi desenvolvimiento ante la sociedad.
Él dejó caer dos lágrimas sobre sus apuntes y corrió a abrazarme, me dijo que todo estaría bien y que me ayudaría a superar muchos de mis traumas poco a poco. Iríamos paso a paso venciendo cada uno de los obstáculos y aprendería a lidiar con muchas emociones que no me había permitido experimentar, me recetó unas píldoras y quiso tener una cita distinta.
Citó a mis padres para ponerlos al tanto de mi situación, mi madre casi se infarta al saber todo lo que había sucedido en sus narices por tanto tiempo y no se había percatado. Desde ese día estaban siempre pendientes de mi, a veces me miraban con tristeza porque no pudieron evitar que pasara por todo ese dolor, incluso dudaban muchas veces si acercarse a mi pensando que los rechazaría.
Creía que al contarle todo a Fausto las cosas serían más fáciles, en casa las cosas mejoraron, comencé a avanzar y a vencer obstáculos y mi familia siempre estuvo allí, apoyándome, sin embargo aún en mi mente queda el recuerdo de lo cobarde que fui al no enfrentar mi pasado con anterioridad y a veces las píldoras no son suficientes para borrar todo lo que viví.