lunes, 21 de febrero de 2011

Entre risas y copas..

Luego de meses de ausencia lo encontré de  nuevo, sólo se había alejado. Él no era alguien que estuviera más de dos meses en un mismo lugar; Fernando era un hombre reservado, muy exigente y poseía un encanto como el de pocos. Por donde quiera que pasaba  era observado por toda mujer y era capaz de hacer sonreír hasta a la más arisca.

Iba a menudo a mi ciudad porque era el propietario de un renombrado bar ‘‘Rent’’, a mis amigos y a mí nos encantaba ese lugar, por consiguiente lo frecuentábamos bastante. Siempre que íbamos y él se encontraba allá me quedaba como una tonta mirándolo, se sentaba en la barra a admirar lo que había logrado, tomándose su acostumbrado vaso de whisky. En algunas ocasiones cruzábamos miradas y él me dedicaba una sonrisa.

Un día pasaba por allá sola y decidí entrar, pedí un coctel y me senté en la barra. Esa noche había un karaoke y me animé a cantar ‘‘algo más’’ y luego volví a sentarme, allá me esperaba un trago (cortesía de la casa) y minutos después Fernando se acercó. Dijo que le había fascinado como cantaba y comenzamos a hablar. Tenía treinta y dos años, era divorciado y no tenía hijos. Yo por mi parte tenía veintiuno, no me había casado ni tenía planes de hacerlo por un buen tiempo.

Fue una noche increíble, con cada palabra que pronunciaba me sentía más atraída, hablamos de deportes, del clima, del baile, del canto, de nuestras solitarias vidas y de todo lo que se nos pudo ocurrir. Al final de la noche ofreció llevarme a casa y al despedirme tuve que contener mis impulsos de abalanzarme sobre él y besarlo. Soñé con ese beso y aún al recordarlo me estremezco.

Luego de varios días en ascuas nos encontramos de nuevo en Rent, llegué y me hizo subir a su oficina. Nos sentamos con una botella de vino, y la luz tenue de una lámpara alcanzaba a penas para alumbrar nuestros rostros.  Pasamos otra noche maravillosa entre risas y copas y luego de bailar uno de nuestros rocks favoritos, me tomó entre sus brazos y unió sus labios a los míos. Me miró con preocupación y lo abracé haciéndolo entender que había querido que ocurriera tanto como él. Me llevó a casa, me besó y me obsequió un hermoso llavero que aún poseo, luego se marchó.

Al día siguiente fui a darle una sorpresa a Fernando al bar y no estaba. El cantinero luego de mucho suplicar me dijo que se había marchado temprano en la mañana al Líbano porque inauguraría una cadena de hostales y su plan era quedarse por esos rumbos definitivamente.


El mundo que había elaborado en pocos días se rompió en mil pedazos y la percepción de Fernando se hizo añicos, no quería estar en ninguna parte, ni ver a nadie. Me pregunté por qué no me había mencionado nada (aunque era bastante obvio). Era evidente que no estábamos en la misma página, él aún seguía buscando con quien divertirse y seguir jugando, mientras que yo buscaba alguien a quien amar.


No quería pasar por su bar, no aguantaba ver el llavero colgado en casa, ya ni siquiera salía con mis amigos, ni con nadie fue una decepción demasiado grande. Era mi culpa no debí haber pensado que era la única, ni siquiera debí dejarlo acercarse a mí. Y ahora sólo espero que no aparezcan más ‘‘Fernandos’’ en mi vida y que en algún momento llegue el que me convierta realmente en dueña de sus días, para así entre risas y copas volver a amar.


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