martes, 6 de noviembre de 2012

Muelle de ilusiones...


Quiero irme de viaje al pasaje de tus besos, respirar solo caricias que me inspiren tu nombre.comenzar a navegar en la silueta de tu cuerpo hasta ver el manantial que surge de ti. Abordar tu cintura, caminar por la borda de tus extremidades y azocarme a tu alma, llevándome así el barómetro de tu conciencia.

Surcar por los mares envueltos de tus ojos, bogar por el riachuelo de tu boca y despertar un torrente de emociones que al embarcar en pensamientos sólo logren consolidarse aún más. Flotaré con libertad por los ríos de tu mente aumentando así las ganas de zarpar hacia una travesía de la que no te arrepentirás. Mientras tanto seré un barco a la deriva que espera atracar en el delirio de tu océano sentimental.

Quisiera traspasar tus horizontes y envolverte en el mástil de mis sueños, sumergirme en el crucero de tus días y así eliminar la bruma que pueda haber en el camino. Llegaré profundo en el navío de tu ser y estaré cual muelle en espera de una próxima embarcación, anhelando nuestro encuentro afortunado bajo el sol que llenará de vida y color el arroyo de nuestros recuerdos. Por último te digo que en este recorrido no habrá pausas, solo tú y yo y nuestras ganas de seguir a flote.


jueves, 25 de octubre de 2012

El arreglo de flores...


Era una tarde cualquiera de noviembre, regresaba a casa del trabajo, muy cansada, como siempre. Llegué a la entrada y lo primero que vi  fue un arreglo de rosas blancas en la puerta con una enorme tarjeta que decía “lo siento”. Al ver esto me transporté a unos años atrás.

Hacía unos tres años había llegado al hospital con heridas profundas en ambas muñecas, inconsciente y con muy poca sangre en las venas. El día veinticuatro de noviembre de 2007 decidí experimentar con mi cuerpo de una forma poco saludable. Había tenido unos meses muy difíciles, mis calificaciones eran pésimas, estaba desanimada, no encontraba mi propósito en la vida, mis padres estaban desilusionados y mi novio y yo recién habíamos terminado nuestra relación.

Recuerdo exactamente como ayer el dolor que experimentaba mi alma y las pocas ganas que tenía de seguir adelante con mi día a día, tanto así que al momento de hundir la navaja en mi piel ni siquiera sentí un cosquilleo, sólo comencé a ver la sangre correr; el segundo corte tampoco lo sentí, por lo que el tercero fue más profundo aún. Recuerdo el miedo que tenía al ver el cuchillo penetrar cada vez más hondo dentro de mí y yo ser incapaz de sentir rasguño alguno, el dolor emocional era tan fuerte que el físico era imperceptible. Sonaba en la radio en ese momento una canción de despecho que canté a todo pulmón buscando salir un poco de la agonía.

Estaba sola en casa, por lo que nadie se dio cuenta de lo que sucedía. Entré al baño, rompí un frasco de perfume y con los vidrios restantes proseguí a herirme de nuevo, poco a poco se me estaban yendo las fuerzas, ya había comenzado a perder la visión, hasta que luego de unos minutos y varios cortes más, me desmayé y caí de bruces al lado de la bañera.

Media hora después, mi tía llegó a casa y me encontró tirada en el baño cubierta de sangre, de inmediato me llevó al hospital. Ellos procedieron a limpiar y curar mis heridas y me llevaron a una habitación para mantenerme en observación. Duré unas cuatro horas inconsciente y al despertar vi a mi tía al lado de la cama, le rogué no le contara nada a mis padres, pero ya era tarde, todos sabían de lo ocurrido.

Me fijé en la mesita que había a su lado y visualicé un ramo de rosas blancas muy hermoso que tenía una tarjeta que decía “Mejórate pronto” y al final de la misma decía “Lo siento mucho”, no tenía firma, pero no hacía falta, reconocí las letras garabateadas, escritas a prisa y con manos temblorosas (llenas de arrepentimiento me atrevería a decir), eran las de él, al que parecía carcomerle la conciencia.

Pero no era su culpa, fui yo quien tomó la estúpida y cobarde decisión; fui yo la egoísta que por pequeños problemas tomó una dirección incorrecta. Sin embargo él entendía que era el culpable porque nunca me había pasado por la cabeza la idea de mutilarme hasta que en diferentes ocasiones lo encontré haciéndolo; una vez él me encontró a mí y me detuvo en el intento. Otro día lo descubrí grabándose nuestras iniciales en el brazo izquierdo con una navaja y con la sangre derramada dibujar un corazón y entregármelo en señal de amor. Era claro que ya nuestra relación se estaba volviendo enfermiza, Aaron y yo sólo nos hacíamos daño al estar juntos,  y por esa y una que otra razón más fue que decidimos separarnos.

A partir de ese día, cada noviembre veinticuatro me llega a las seis de la tarde un arreglo de flores blancas con una tarjeta que dice “lo siento”, sin firma. El tiempo ha pasado y mis heridas ya han sanado, de hecho ya ni se notan las cicatrices, pero la herida de él aún sigue abierta y no sé si algún día sanará…


domingo, 27 de mayo de 2012

Lauriel...

En estos días fui operada y ayer en la noche realmente me sentía muy mal, el malestar era tan grande que no podía conciliar el sueño y me pasé prácticamente una hora completa llorando a causa del dolor. Pues en un intento de hacerme sentir mejor un amigo me escribió esta pequeñita historia, que ahora les quiero compartir.

Érase una vez una sirena que podía hacer de todo. Ella al cantar lo hacía tan bien que las olas guardaban silencio; cuando decidía agradar a sus amigos, hacía unos postres tan sabrosos que los mismos materiales mágicos iban a donde ella sólo para ser parte de sus sabrosas obras maestras. Pero eso no es todo, esa sirena era tan, pero tan hermosa que al nadar el agua se volvía cristalina, ya que el hermano sol y la hermana luna querían que los demás astros la pudiesen contemplar con más claridad. Esa sirenita llamada Lauriel era una inspiración para todos, pero como toda inspiración, trae consigo codicia; un día un cazador de tesoros (el mejor del mundo) decidió ir a buscar lo más valioso que existía y en la noche mientras caminaba, notó que las estrellas se alineaban en el cielo "¿Qué sucede?" dijo él, mientras se deslizaba por una colina para acercarse a la orilla del mar a ver con sus propios ojos algo que no podía creer. Ahí estaba ella... La hermosa sirena guiando a las estrellas nadando sutilmente en el agua.

Al ver esto, el cazador descubrió que el mayor de los tesoros del mundo no se encontraba en un cofre, sino en el centro de todas las miradas, en la bella Lauriel. Esa noche cuando hasta la misma luna dormía, el cazador fue  hacia donde se encontraba la bella sirena disfrazado de estrella, ahí le contó que quedó tan deslumbrado con su belleza que cayó del cielo y no recordaba cómo volver; la bella y cariñosa sirena, preocupada por esta falsa estrella, decidió guiarla hacia la escalera al cielo (aquel lugar donde los seres que dejan este mundo consiguen su pasaje al más allá). Mientras nadaba hacia la estrella falsa, el cazador de dentro de su disfraz lanzó una red hecha de las joyas más preciosas (pensando en que sólo lo bello es capaz de capturar lo bello) y falló en su intento de atraparla, la inocente sirenita pensó que esto era un regalo "¿Por qué lanzas las joyas de esta manera?", a lo que el cazador respondió que intentando dárselas se tropezó y por eso cayó. La sirena decidió entonces guiarlo por tierra mientras ella nadaba cerca de la orilla cantando una bella canción, la más hermosa que haya existido jamás.

Mientras cantaba hasta las olas se calmaron y todos los astros despertaron. el cazador no se había dado cuenta de que todo el cosmos lo observaba, pero al oírla cantar se imaginó qué pasaría con el mundo si su más hermosa criatura dejaba de cantar alegremente, miró al cielo y se dio cuenta de algo que cambiaría su ambición para siempre. Ya no era de noche, con el canto de la sirena el sol había comenzado a irradiar su luz de una forma esplendorosa. Ahí no aguantó más, se quitó el disfraz, de prisa se acercó a la sirena y exclamó "Perdóname por haberte mentido e intentar capturarte, por poco le arrebataba a todos la causa de sus días brillantes que hacen a esta tierra tan hermosa, a tí Lauriel, ni el mismo sol brillaría de esa forma sin ti, no habría cambios de estación". La sirena no entendió del todo el mensaje del cazador debido a su inocencia, le sonrió y empezó a cantar con más entusiasmo que antes haciendo brillar así el lado oscuro del corazón del cazador, convirtiéndolo en una persona totalmente distinta y que jamás volvió a intentar hacer daño a nadie, se convirtió en un buen amigo de Lauriel y fue un hombre justo y honesto por el resto de su vida.

                                                                   FIN


Esta pequeña y fantasiosa historia me la dedicó mi amigo Luis Felipe con planes de hacerme sentir mejor, ¿y saben qué? Lo logró, después de esa historia pude irme a dormir y de hecho soñar con Lauriel. Recordé cómo somos capaces de crear historias a partir de otras con un fin (en este caso hacerme sentir mejor) y de cómo podemos llevar lo ordinario a ser extraordinario. Espero les haya entretenido esta historia, no siempre necesitamos de muchas metáforas o palabras rebuscadas para entretenernos con una lecturita. Que tengan buen resto del día! :)




jueves, 3 de mayo de 2012

Alguien que una vez soñó...


Siempre fui una persona muy alegre, llena de metas y propósitos. A medida que iba pasando el tiempo me comencé a dar cuenta de que éstos cada vez eran menos, probablemente lo más lógico es pensar que era así porque los iba cumpliendo, pero la verdad es que poco a poco había ido perdiendo la capacidad de soñar. Lo único que había conseguido era desgastarme y uno que otro propósito sin mucha relevancia. Todo esto sucedió después de que mi más grande sueño se vio hecho añicos.

Mi sueño tenía nombre: Pedro. Habíamos sido novios durante cinco años. Una relación intachable, llena de amor y de una que otra pelea como es normal. Cinco años maravillosos que pretendíamos convertir en el resto de nuestras vidas. Todo estaba listo, lugar, fecha, invitados, comida. Llegó el día de convertirme en la mujer más feliz del mundo.

Empezó la ceremonia, un coro celestial me llevaba a sentirme aún más alegre, sólo hasta aquel momento… “Pedro, ¿aceptas a Ruth como tu legítima esposa…?” y un silencio sepulcral fue lo que se escuchó, su mirada nerviosa me lo dijo todo y después de ocho segundos eternos, un “no” salió de su boca, provocando un ataque de nervios en nuestros invitados y la huida apresurada de mi alma hacía un lugar desconocido. Luego de esto él salió de la iglesia y jamás volví a saber de él.

A partir de ese momento me quedé vacía, sin sueños ni metas y sin gana alguna de seguir perteneciendo a este universo. Pedro había sido mi vida desde el día en que lo conocí y saber el día de mi boda que para él no era igual, fue un disparo directo al corazón.

Me dedicaba a ir al hospital a invertir mi tiempo como voluntaria; y a escribir de vez en cuando, pero siempre acababa de la misma forma, arrugando el papel y tirándolo a la basura, nada era suficientemente bueno. Uno que otro verso que me hacía terminar envuelta en lágrimas. Después de unas semanas del intento fallido de boda decidí mudarme sola (cosa que aterraba a todos, no sé por qué porque no tengo vena de suicida… en fin), una señora me ayudaba con los quehaceres de la casa los martes y jueves, los miércoles recibía la visita de algún familiar (para mantenerme vigilada) y los viernes como ya había mencionado me iba al hospital como voluntaria. Generalmente me tocaba papeleo, pero de vez en cuando acompañaba hasta la puerta a los pacientes que le daban de alta o los orientaba con respecto a donde debían ir.

Un día, a una de las enfermeras se le ocurrió llevarme al área infantil para leerle cuentos a los pequeños. Allí, tuve que contener mis ganas de llorar al ver todos esos niños luchando por sus vidas. Les leí el cuento de Peter Pan (siempre ha sido mi favorito) y ellos de mil amores escucharon la historia muy atentos. Kevin (niño de seis años con cáncer de pulmón) se me acercó al final, me dio las gracias por todo, sonrió y me abrazó. Esa sonrisa me devolvió la vida. Luego de esto volví a casa y me detuve a pensar en mi vida y en lo poco que había hecho por vivir después de que Pedro se fue, sin embargo esos niños se levantaban a diario tratando de sobrevivir un día más.

No pude esperar al viernes, así que el lunes me dirigí al hospital a ver a los pequeños y a leerles “La caperucita roja”. La cara de Mavel (la enfermera) no me agradó y le pregunté qué pasaba. Me dijo que Kevin no estaba bien, que había tenido una crisis durante el fin de semana y debido a los altos costos del tratamiento no habían podido proceder del todo. Pregunté que si la familia no podía cubrir los gastos y Mavel me contestó que el pequeño era huérfano desde hacía poco tiempo y no parecía tener ningún otro familiar. Mi corazón se contrajo. Me ofrecí a costear todo.

 Operaron a Kevin y lo mantuvieron en observación durante varios días, ya cuando estuvo fuera de cuidados intensivos, me dediqué a visitarlo. El tercer día cuando fui a verlo, él dormía y cuando despertó medio confundido me llamó “mamá”, esto provocó una avalancha de sentimientos que no se hicieron esperar. Inmediatamente salí de la habitación hice todas las averiguaciones para adoptar a Kevin. Gracias a Dios calificaba para la adopción, así que fui hacía él y le propuse ser su “madre postiza” al menos hasta que él quisiera y para mi inmensa alegría contestó que sí, comenzamos el período de prueba esa misma tarde.  Después de ese día pude volver a soñar y esta vez… por dos!


viernes, 27 de enero de 2012

Sebastián...

Estaba muy oscuro, como era de costumbre todas las noches. Salí de la habitación a buscar un vaso con agua a la cocina y decidí pasar por el cuarto del niño a revisar que todo estuviera bien y ahí fue cuando me di cuenta de que él no estaba en la cuna. Salí despavorida a buscar por todos los rincones de la casa, sin embargo no vi a mi pequeño Sebastián.

La angustia y el temor se apoderaron de mí rápidamente, avisé a mis abuelos lo sucedido, ya que ellos eran los que vivían más cerca de mí de la familia. Luego, llamé al 911 aún recuerdo la voz del operador ‘‘911, ¿cuál es su emergencia?’’, ni siquiera me salía la voz. A los pocos minutos llegaron mis abuelos junto con la policía y comenzaron a interrogarnos. Nos preguntaban cosas acerca de qué había pasado en el día, nuestra rutina y las personas que frecuentábamos; no entendía en qué los ayudaría eso y menos por qué perdían el tiempo con nosotros cuando podían estar fuera buscando a mi bebé. El tiempo seguía corriendo y con cada segundo que pasaba el miedo se acrecentaba. Mi Sebas estaba en algún lugar extraño, asustado y yo no estaba ahí para calmarlo.

Pasaron unas horas y dejaron ir a mis abuelos porque sus coartadas coincidían y entendían que no era necesario tenerlos allá por más tiempo. Alejandro (el jefe de la investigación) me preguntó si Mario (un amigo de la familia) había estado en la casa en esos días. Le expliqué que no veía a Mario desde el entierro de la madre de Sebastián (hacía unos tres meses). A partir de ahí, comenzaron las investigaciones sobre la vida de él y nada parecía indicar que fuera el secuestrador, salvo que ese día se había ausentado en el trabajo, no contestaba el celular y no estaba en su casa.

Me decidí a ir a buscarlo yo misma y averiguar si era él quien tenía a mi pequeño o si sabía algo de su paradero, sin importar las consecuencias. Mario tenía una casa en la playa y pocos sabían de su existencia porque estaba en un lugar bastante remoto. Así que tomé el arma de mi abuelo y escondida de los policías me dirigí hasta allí.

Cuando estaba cerca de la casa pude visualizar su jeep y una silueta. Dejé el carro un poco alejado y caminé con cautela. Ya había estado ahí antes, así que conocía bien el terreno. Pude entrar a la casa sin ser vista, pero allí no había nadie; y justo cuando iba a darme la vuelta recordé que habían construido un pequeño gazebo más cerca al mar. Me asomé por una ventana y vi a mi Sebas. Salí corriendo a buscarlo olvidando todo lo demás, llegué hasta él y lo abracé fuertemente. Luego, me di cuenta de que mis abuelos se encontraban ahí, estaban atados y parecía que los habían drogado. Los desaté y les dije que salieran de allí y se llevaran al niño con ellos cuanto antes, justo en ese momento apareció Mario, tenía un cuchillo en la mano y me miraba amenazante.

Sin pensarlo dos veces saqué el arma y le disparé al brazo en el que portaba el cuchillo. El se tiró al suelo gritando de dolor. Procedí a apuntarle de nuevo y tomar el arma blanca que él tenía, se la pasé a mi abuelo y le ordené que sacara a mi abuela y al niño de ahí. Mario intentó abalanzarse sobre mí y por ello recibió otro disparo, esta vez en la pierna.

Lo senté en una de las sillas y lo amarré con fuerza dejando que apenas circulara la sangre. Pregunté cuál había sido el motivo del secuestro y me respondió que desde la muerte de la madre de Sebastián yo había cambiado, que ese bebé se había convertido en mi mundo y me absorbía por completo, y por eso él había decidido deshacerse del pequeño de alguna forma, y a mis abuelos los había raptado porque lo encontraron en medio del proceso. La ira se apoderó de mí y un tercer disparo se escuchó, logrando el descontrol de los esfínteres de Mario; lo golpeé varias veces en el rostro y metí mis dedos dentro de sus heridas para mostrarle así algo de lo que sufrí en el tiempo en el que no supe de mi niño.

Pasada una hora llegó Alejandro con todo su equipo a tomar el control de la situación. Yo no quería ceder, sólo deseaba acabar con la vida de ese miserable. Él se mostraba arrepentido (por supuesto yo no le creí ni una palabra), decidieron desatarlo y en un intento desesperado Mario quiso agredir a un oficial, esa fue la excusa perfecta para yo dar el disparo final y terminar con esa pesadilla. Ya había caído la noche e igual que la anterior era muy oscura, pero era diferente, en esta se respiraba el triunfo.

Luego de terminar todo el proceso de dar declaraciones con los policías, Alejandro me llevó a casa. Me di un baño caliente y me preparé para acostar al niño, lo llevé a mi cuarto y lo acosté en la cama, le canté canciones hasta que se quedó dormido. Tomé el arma de mi abuelo, colocándola en la mesita de noche y sentada en la mecedora con la luz tenue de la lámpara me dispuse a esperar el amanecer…