Siempre fui una persona muy alegre,
llena de metas y propósitos. A medida que iba pasando el tiempo me comencé a
dar cuenta de que éstos cada vez eran menos, probablemente lo más lógico es
pensar que era así porque los iba cumpliendo, pero la verdad es que poco a poco
había ido perdiendo la capacidad de soñar. Lo único que había conseguido era
desgastarme y uno que otro propósito sin mucha relevancia. Todo esto sucedió
después de que mi más grande sueño se vio hecho añicos.
Mi sueño tenía nombre: Pedro. Habíamos
sido novios durante cinco años. Una relación intachable, llena de amor y de una
que otra pelea como es normal. Cinco años maravillosos que pretendíamos
convertir en el resto de nuestras vidas. Todo estaba listo, lugar, fecha,
invitados, comida. Llegó el día de convertirme en la mujer más feliz del mundo.
Empezó la ceremonia, un coro
celestial me llevaba a sentirme aún más alegre, sólo hasta aquel momento… “Pedro,
¿aceptas a Ruth como tu legítima esposa…?” y un silencio sepulcral fue lo que
se escuchó, su mirada nerviosa me lo dijo todo y después de ocho segundos
eternos, un “no” salió de su boca, provocando un ataque de nervios en nuestros
invitados y la huida apresurada de mi alma hacía un lugar desconocido. Luego de
esto él salió de la iglesia y jamás volví a saber de él.
A partir de ese momento me quedé
vacía, sin sueños ni metas y sin gana alguna de seguir perteneciendo a este
universo. Pedro había sido mi vida desde el día en que lo conocí y saber el día
de mi boda que para él no era igual, fue un disparo directo al corazón.
Me dedicaba a ir al hospital a
invertir mi tiempo como voluntaria; y a escribir de vez en cuando, pero siempre
acababa de la misma forma, arrugando el papel y tirándolo a la basura, nada era
suficientemente bueno. Uno que otro verso que me hacía terminar envuelta en
lágrimas. Después de unas semanas del intento fallido de boda decidí mudarme
sola (cosa que aterraba a todos, no sé por qué porque no tengo vena de suicida…
en fin), una señora me ayudaba con los quehaceres de la casa los martes y
jueves, los miércoles recibía la visita de algún familiar (para mantenerme
vigilada) y los viernes como ya había mencionado me iba al hospital como
voluntaria. Generalmente me tocaba papeleo, pero de vez en cuando acompañaba
hasta la puerta a los pacientes que le daban de alta o los orientaba con
respecto a donde debían ir.
Un día, a una de las enfermeras
se le ocurrió llevarme al área infantil para leerle cuentos a los pequeños. Allí,
tuve que contener mis ganas de llorar al ver todos esos niños luchando por sus
vidas. Les leí el cuento de Peter Pan (siempre ha sido mi favorito) y ellos de
mil amores escucharon la historia muy atentos. Kevin (niño de seis años con
cáncer de pulmón) se me acercó al final, me dio las gracias por todo, sonrió y
me abrazó. Esa sonrisa me devolvió la vida. Luego de esto volví a casa y me
detuve a pensar en mi vida y en lo poco que había hecho por vivir después de
que Pedro se fue, sin embargo esos niños se levantaban a diario tratando de sobrevivir
un día más.
No pude esperar al viernes, así
que el lunes me dirigí al hospital a ver a los pequeños y a leerles “La
caperucita roja”. La cara de Mavel (la enfermera) no me agradó y le pregunté
qué pasaba. Me dijo que Kevin no estaba bien, que había tenido una crisis
durante el fin de semana y debido a los altos costos del tratamiento no habían
podido proceder del todo. Pregunté que si la familia no podía cubrir los gastos
y Mavel me contestó que el pequeño era huérfano desde hacía poco tiempo y no
parecía tener ningún otro familiar. Mi corazón se contrajo. Me ofrecí a costear
todo.
Operaron a Kevin y lo mantuvieron en
observación durante varios días, ya cuando estuvo fuera de cuidados intensivos,
me dediqué a visitarlo. El tercer día cuando fui a verlo, él dormía y cuando
despertó medio confundido me llamó “mamá”, esto provocó una avalancha de
sentimientos que no se hicieron esperar. Inmediatamente salí de la habitación
hice todas las averiguaciones para adoptar a Kevin. Gracias a Dios calificaba
para la adopción, así que fui hacía él y le propuse ser su “madre postiza” al
menos hasta que él quisiera y para mi inmensa alegría contestó que sí,
comenzamos el período de prueba esa misma tarde. Después de ese día pude volver a soñar y esta
vez… por dos!
Wow..no tengo palabras.. Excelente publicacion.
ResponderEliminarMuchas gracias!! :)
ResponderEliminarMuy emotivo Laura, sigue asi. TQM
ResponderEliminarwow tu eres sensacional Laura Guzmán. No tengo palabras pero te deseo mucho éxito.
ResponderEliminarBreyni Pérez